Jacqueline Kennedy
La Sra. Kennedy fue muy querida y admirada por mucha gente en Estados unidos y en otras partes del mundo. En este video te muestro el vocabulario usado en 1962 y la manera como se expresaron de ella, incluye el reportaje de la revista.
👉 Aquí te presento la historia, ¿ quieres ver el video y descargar los documentos? ⬇️ Al final de la pagina los puedes encontrar.
El Encanto de Jacqueline Kennedy
Poseedora de talento, belleza y encanto, la señora de Kennedy desempeña a la perfección su papel de Primera Dama.
Sería prematuro predecir el lugar que la historia tiene reservado al presidente Kennedy, pero no cabe duda de que a la señora Kennedy le corresponde figurar entre las más distinguidas damas que han habitado la Casa Blanca, y su prestigio parece estar asegurado.
Cumplidos por doquier, en todas partes las mujeres jóvenes, con la solícita ayuda de las revistas, copian sus peinados, sus vestidos, su sonrisa y sus ademanes.
Tal es el homenaje que la admiración tributa a la gracia. Estos rasgos, empero, son apenas las manifestaciones externas del encanto que la rodea, no su esencia.
¿Y qué cualidades constituyen esta esencia? Ya se pueden vislumbrar; en efecto, son de conocimiento popular, o poco menos, sus principales intereses.
Ante todo, la señora de Kennedy ha demostrado hallarse en su elemento entre los valores más profundos de la vida. “Este constante interés en el bien”, ha dicho Sócrates, “es lo que más produce la belleza.” Familia, cordialidad, historia humana, salud, arte y artesanías figuran entre sus más caros intereses.
Habla en la India de la fraternidad humana en los términos más sencillos y originales.
En México, invitada a tomar la palabra, dice: “Los valores de vuestra cultura, vuestra profunda fe en la dignidad del hombre, se han expresado en vuestro arte y literatura a través de los siglos”.
También en México persuade a su esposo de que rompa el protocolo para visitar un museo famoso por las interesantes piezas precolombinas que contiene.
Toma en brazos a un niñito de 8 meses para consolarlo y exclama: “¡Qué linda criatura!”.
Tales acciones constituyen toques políticamente eficaces, tanto más eficaces y conmovedores por cuanto en la señora de Kennedy son espontáneos y ajenos a todo interés político.
No pierde la cabeza. Hay que subrayar, en segundo lugar, su falta de amor propio. No se le ha subido a la cabeza la atención de la que es objeto.
Tal vez sea esta una de las cosas más reveladoras de su carácter, por cuanto deja entrever la sinceridad de su inclinación por los verdaderos valores humanos.
En Pakistán, rodeada a cada paso de masas populares, expresó cuánto echaba de menos a su esposo y el deseo de que este hubiera podido acompañarla, porque así habría sido completa la satisfacción de su viaje.
De haberse encontrado allí el presidente, no habría sido ella el centro de la atención general. Contadas personas se hallan tan dispuestas a renunciar a sus horas de gloria.
Un grano de sal no le falta. Tampoco le falta ese granito de sal sin el cual la belleza resulta insípida.
Cierta vez, un reportero le contó que el señor Kennedy, recordando el pasado en una entrevista, dijo que él la había conocido y había resuelto hacerla su esposa desde un año antes de casarse. A lo cual ella contestó al periodista: “¡Cuánta amabilidad!”.