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El Último Viaje de Marcos

Cuando Marcos sintió los colmillos de la serpiente clavarse en su pie, supo que cada segundo contaba. Armado con su machete y una voluntad férrea, emprendió un viaje desesperado río abajo, enfrentándose no solo al veneno que consumía su cuerpo, sino también a los fantasmas de su pasado. A medida que la corriente lo arrastraba, el río Paraná se convertía en su única esperanza… y en su mayor desafío.

¿Podrá llegar a San Pedro antes de que sea demasiado tarde? Descubre esta impactante historia de supervivencia, misterio y los oscuros secretos que emergen bajo el sol dorado del río.

¿Te atreves a remar junto a Marcos en su último viaje?

El Último Viaje de Marcos

El hombre pisó algo suave y, de repente, sintió que algo le mordía el pie. 

Saltó hacia adelante y, al darse vuelta con un grito, vio a una serpiente enrollada, lista para atacar otra vez.

Miró rápidamente su pie, donde empezaban a salir dos pequeñas gotas de sangre. Sacó su machete. 

La serpiente, al ver el machete, se enrolló más fuerte, pero el machete la golpeó y le rompió la espalda.

El hombre se inclinó para ver la mordida, limpió la sangre y la observó por un momento. 

Un dolor fuerte comenzó a crecer desde los dos pequeños puntos morados y se extendía por todo su pie. 

Rápidamente, se ató el tobillo con su pañuelo y siguió caminando a casa.

El dolor en su pie aumentaba, se sentía hinchado, y de repente sintió varios pinchazos que iban desde la mordida hasta la mitad de su pierna.

 Le costaba mover la pierna, y su boca se secaba, lo que le dio una sed intensa.

Finalmente, llegó a su casa y se dejó caer sobre una rueda de madera. 

Los dos puntos morados ya no se veían porque todo el pie estaba hinchado

La piel parecía tan estirada que casi se iba a romper. 

Trató de llamar a su esposa, pero su voz era un susurro seco.

–¡Sofía! –logró decir–. ¡Tráeme un vaso de caña! (un tipo de bebida)

Su esposa corrió con un vaso lleno, y él lo bebió rápidamente, pero no pudo saborear nada.

–¡Te pedí caña, no agua! –gruñó–. ¡Dame caña!

–¡Es caña, Marcos! –respondió Sofía, asustada.

—¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo! —gritó Marcos.

Sofía volvió corriendo con la botella de caña. 

Marcos bebió dos vasos seguidos, pero no sintió nada en la garganta.

—Esto no va bien —murmuró, mirando su pie, que ahora estaba muy hinchado. 

Encima de la venda, su piel parecía que iba a reventar.

Los dolores eran cada vez más fuertes y le llegaban hasta la pierna. 

La garganta le ardía y tenía mucha sed. Cuando intentó ponerse de pie, vomitó y tuvo que apoyarse en la rueda.

Pero Marcos no quería morir. Fue como pudo hasta el río y subió a su canoa. 

Se sentó y empezó a remar hacia el centro. Allí, la corriente lo llevaría al pueblo de San Pedro en unas cinco horas.

Con mucho esfuerzo, llegó al centro del río, pero sus manos cansadas dejaron caer el remo. 

Vomitó de nuevo, esta vez sangre, y miró el sol que ya se escondía detrás de los árboles.

Su pierna estaba hinchada y muy dura. Cortó su pantalón con un cuchillo, y vio que la pierna estaba llena de manchas moradas y le dolía mucho.

 Sabía que no llegaría solo a San Pedro, así que decidió pedirle ayuda a su compadre Lucas, aunque estaban peleados.

La corriente lo llevó hasta la orilla de Brasil, y Marcos pudo bajar de la canoa. 

Subió por el sendero, pero después de caminar unos metros, se cayó al suelo de cansancio.

—¡Lucas! —gritó con todas sus fuerzas, pero nadie respondió.

–¡Compadre Lucas! ¡No me niegues este favor! –gritó Marcos, levantando un poco la cabeza del suelo. 

La selva se mantuvo en silencio. Marcos, agotado, logró regresar a su canoa, y la corriente lo llevó rápidamente río abajo. 

El río Paraná fluía entre altas paredes de roca negra, con un bosque espeso elevándose en las orillas, oscuro y misterioso.

Al caer la tarde, el paisaje se volvió más hermoso y majestuoso. 

El sol ya se había ocultado cuando Marcos, recostado en el fondo de la canoa, sintió un fuerte escalofrío. 

De repente, con sorpresa, levantó la cabeza: se sentía mejor. 

El dolor en su pierna disminuía, y la sed también. Respiraba más fácilmente.

Pensó que el veneno estaba desapareciendo. 

Aunque no podía mover las manos, creyó que el rocío de la noche lo sanaría por completo. 

Calculó que en tres horas llegaría a San Pedro.

A medida que se sentía mejor, el sueño empezó a vencerlo. 

Ya no sentía dolor en la pierna ni en su estómago. 

Se preguntó si su amigo Pablo seguiría vivo en San Pedro. 

Tal vez también vería a su antiguo jefe, Don Mario, y al encargado de la maderera.

¿Llegaría pronto? El cielo al oeste se iluminaba con colores dorados, y el río reflejaba esos colores. 

Desde la costa oscura de Paraguay, el aroma del monte traía el frescor de la tarde, con olores a flores y miel silvestre. 

Un par de loros cruzó el cielo en silencio, volando hacia Paraguay.

Mientras tanto, la canoa seguía flotando rápidamente sobre el río dorado, girando a veces por los remolinos.

 Marcos, tumbado en la canoa, se sentía cada vez mejor, y mientras pensaba en cuánto tiempo había pasado sin ver a su jefe, un frío extraño llenó su pecho. 

¿Qué era eso? ¿Y su respiración?

El encargado de la maderera, Lorenzo, lo había conocido un viernes santo… ¿O fue un jueves? Marcos estiró lentamente los dedos de la mano.

–Un jueves…

Y dejó de respirar.

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