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Las Habichuelas Mágicas/Clásico

En esta clásica historia de “Las habichuelas mágicas”, un joven llamado Jack intercambia su única vaca por unas habichuelas mágicas. Al día siguiente, descubre que han crecido hasta formar un gigantesco tallo que llega hasta el cielo. Jack decide treparlo y encuentra un castillo en las nubes, donde vive un gigante rico y aterrador. Con astucia, Jack logra robar algunos de los tesoros del gigante, como monedas de oro, una gallina que pone huevos de oro y un arpa mágica. Sin embargo, al ser descubierto, Jack corta el tallo con un hacha, haciendo que el gigante caiga y se elimine el peligro. La historia nos enseña sobre el valor, la inteligencia y las consecuencias de nuestras decisiones.

“El hombre misterioso y sus semillas mágicas”

Érase una vez una bondadosa mujer que había quedado viuda hacía algunos años y cuya única familia era su hijo Jack. 

Aunque eran muy pobres, la mujer era muy trabajadora y cada mañana se esforzaba mucho en cuidar su pequeña cabaña y cultivar su huerta. 

Además, tenía una vaca lechera que Jack se encargaba de ordeñar para después vender la leche en el pueblo.

Con todo esto, y pese a las limitaciones, llevaban una vida tranquila. 

Así transcurrió el tiempo hasta que, un día, la madre de Jack se enfermó. 

Aunque su hijo se esmeraba por atender todos los quehaceres de la casa, trabajar en la huerta, se ocupaba de la vaca y, además, cuidaba a su madre enferma dandole todos los cuidados necesarios, finalmente se quedaron sin un centavo para comer. 

Poco a poco, la huerta dejó de producir y los alimentos escasearon. Incluso lo que ya obtenía con la venta de la leche no era suficiente.

—Hijo mío —dijo la madre del chico—, no tenemos más remedio que vender nuestra vaca para obtener algo de dinero.

—Sí, creo que no hay más remedio —dijo resignado Jack—. 

Es la única manera de que podamos conseguir algo para medio comer y comprar semillas para nuestra huerta.

—De acuerdo, madre, mañana mismo llevaré nuestra vaquita al pueblo. 

Será un buen día porque es cuando se pone el mercado, y seguro me dan una buena paga por ella.

Tanto Jack como su madre sentían gran tristeza por deshacerse de su vaquita, ya que, además de estarle agradecidos por la leche que obtenían de ella, le tenían mucho cariño.

 Al día siguiente, muy temprano, el chico se despidió de su madre y se dirigió al mercado del pueblo.

—Hijo, trata de vender lo mejor posible nuestra vaquita.

—Sí, madre —respondió Jack.

El muchacho había caminado un buen rato cuando, de pronto, vio que a su encuentro un hombre que vestía diferente al resto de la gente de su pueblo. 

Parecía humilde y portaba un curioso sombrero verde con una pluma en la punta; sin duda, era extranjero.

—Buen día, jovencito —saludó cortésmente al chico.

—Buen día, caballero —respondió Jack.

—¡Qué hermosa vaca llevas! —dijo poniendo interés en el animal.

—Gracias. Es la mejor vaca lechera, y la llevó al mercado para venderla.

—Es una lástima que te deshagas de ella si es tan valiosa.

Con gran tristeza, Jack dijo:
—No quisiera hacerlo, pero mi madre se enfermó y ahora no tenemos ni para comer. 

—Acariciando la vaca, agregó—: Ella me encomendó que la vendiera para proveernos de un poco de dinero.

—Veo que eres un buen hijo —le contestó amablemente el hombre—. 

Por eso te voy a proponer un trato.

En ese momento, el hombre sacó de uno de los bolsillos de su pantalón tres semillas de diferentes colores y se las mostró a Jack.

—¿Unas habichuelas? —preguntó el muchacho.

El hombre le respondió:
—Pero no son unas habichuelas comunes y corrientes.

Acercándoselas al chico, le dijo:
—”Estas son mágicas”.

El muchacho se sorprendió por lo que le acababa de decir el hombre.

—¿Unas habichuelas mágicas?
—Así es. Te propongo darte estas semillas a cambio de tu vaca lechera.

Ante la indecisión del jovencito, el hombre continuó explicando:
—Si aceptas las semillas, deberás sembrarlas en cuanto llegues a tu casa. 

Ellas germinarán durante la noche, y para mañana en la mañana tendrás en tu huerta una enorme planta de habichuelas que crecerá tan alto que llegará hasta el cielo. 

En caso de que esto no pase, podrás venir a buscarme y, con gusto, te devolveré la vaca.

Jack aceptó gustoso el trato. Finalmente, nada perdería, y el hombre le había inspirado mucha confianza.

Enseguida corrió a su casa a contarle a su madre lo sucedido.

—Hijo mío, ¡qué pronto regresas! —dijo contenta, y agregó—: Y veo que ya no traes nuestra vaca. 

¿La pudiste vender a un buen precio?
—¡Algo mejor que eso, madre querida! —respondió Jack.

Mostrando las tres semillas, dijo:
—Mira lo que me han dado a cambio de la vaca.

—¿¡Tres semillas!? —exclamó su madre, indignada.

Sin esperar la respuesta de su hijo, le arrebató las semillas y las arrojó por la ventana.

—¡Madre, déjame explicarte! —suplicó Jack, tratando de relatar lo sucedido.

—¡No quiero escuchar nada! —dijo llorando la mujer—. No es posible que hayas hecho esa tontería.

 Como castigo, hoy no cenarás. Así que vete a dormir y piensa de qué manera conseguiremos dinero para salir de nuestros apuros.

El chico se sintió sumamente apenado por el sufrimiento que había causado a su madre. 

Se encerró en su recámara, lloró mucho, y finalmente se quedó dormido. En sus sueños, imaginó que frente a su ventana crecía una gigantesca planta de habichuelas.

El castillo

A la mañana siguiente, Jack se despertó y se desconcertó al ver que algo impedía que los rayos del sol penetraran por su ventana.

—¡Qué raro! ¿Será que amaneció nublado? —se preguntó extrañado.

Al asomarse, grande fue su sorpresa al descubrir que su sueño se había vuelto realidad.

—¡Las semillas sí eran mágicas! —gritó feliz.

Sin embargo, ni siquiera intentó ir a contárselo a su madre.

—¡Treparé por esa planta para averiguar qué tan alto ha crecido!

Sin pensarlo dos veces, saltó por la ventana y comenzó a subir por el tallo, apoyándose en las ramas de la gigantesca enredadera. Subió, subió y subió. De vez en cuando, miraba hacia abajo y se daba cuenta de que su cabaña parecía cada vez más pequeña.

Así continuó subiendo hasta que, luego de mucho rato, finalmente llegó hasta la punta de la planta, justo donde alcanzaban las nubes.

—¡No puedo creer lo alto que ha llegado esta enredadera! —exclamó maravillado.

De pronto, Jack descubrió que las nubes ocultaban un camino. Sin dudarlo, brincó de la planta para averiguar hacia dónde lo conduciría.

No tuvo que andar mucho cuando, a lo lejos, distinguió un enorme castillo. Su curiosidad lo llevó a acercarse, y cuál sería su sorpresa al encontrarse con una mujer gigante que en ese momento abría las grandísimas puertas.

El primer impulso de Jack fue correr, pero no le fue posible, dado que la mujer, sin el menor esfuerzo, lo tomó entre sus dedos.

—¿Adónde vas con tanta prisa, pequeño? —preguntó la giganta con amabilidad.

El chico estaba tan asustado que no pudo responder.

—No temas, no te haré daño. Al contrario, me da gusto verte aquí —añadió la mujer—. 

No sé cómo llegaste, pero hacía tanto que no veía niños por estas tierras, que tenerte de visita me causa mucha alegría.

Cuando Jack se dio cuenta de que la mujer no quería causarle daño, se tranquilizó.

—Me da gusto conocerla, pero creo que debo irme. Mi madre se puede preocupar si no me encuentra.

—No te vayas tan pronto. ¿No te gustaría comer algo antes?

En ese momento, el chico recordó que desde la noche anterior no había probado bocado y, gustoso, aceptó.

—Te daré un pedazo de pan y un poco de queso. Ya verás qué sabrosos están.

Apenas terminaron de comer, Jack y su nueva amiga sintieron que el castillo temblaba.

—Es mi esposo, el ogro —dijo asustada la mujer—. Será mejor que te escondas. A él le gusta comer niños y no permitiré que te haga daño.

Señalando el interior del horno, añadió:
—Apresúrate. 

Quédate aquí dentro sin hacer ruido, y cuando yo crea conveniente, te avisaré para que salgas y puedas escapar sin correr peligro.

Jack obedeció y guardó silencio.

—¡Mujer, he vuelto y traigo muchísima hambre! —gritó el ogro al entrar.

—Enseguida te sirvo, esposo mío —respondió ella, tratando de disimular su preocupación por Jack.

—¡Fa, fe, fi, fo, fu! Aquí huele a niño, y con lo que me gusta comerlos —dijo el ogro, tratando de averiguar de dónde provenía el aroma.

—Ideas tuyas, querido. 

Hace muchos años que ningún niño se aparece por estos rumbos. ¿Acaso ya lo olvidaste?

—Tienes razón, tal vez el hambre me hace imaginar cosas —respondió el ogro mientras olfateaba el aire.
—Así es. 

Tendrás que conformarte con estos 20 pollos que te cociné y estos barriles de vino. Cuando termines, podrás dormir tu siesta, y yo lavaré el horno para que no confundas los aromas.

El ogro devoró todo lo que su mujer le preparó. 

Al final, se sintió un poco mareado por el vino que había bebido.

—¡Delicioso! Todo estuvo delicioso, como siempre. 

Ahora contaré mis monedas, y quiero que me traigas mi gallina que pone huevos de oro —ordenó a su mujer.

—Enseguida voy por ella —respondió la giganta.

En ese momento, Jack entreabrió la puerta del horno y se dio cuenta de algo que no había notado al llegar: en aquel castillo había miles de tesoros.

—¡Nunca imaginé ver tanto oro! —murmuró el chico para sí.

La mujer regresó llevando el encargo de su esposo.
—Aquí te dejo la gallina. Y no olvides tomar la siesta.
El ogro ordenó a la gallina que pusiera un huevo, y esta obedeció. Jack notó que el ave estaba demacrada por el maltrato de su amo, y sintió lástima por ella. Poco después, el ogro, aburrido y cansado, se quedó dormido.

—Ahora sí —dijo la mujer en voz baja mientras abría la puerta del horno—. Debes aprovechar para irte por donde viniste, pero hazlo sin hacer ruido. 

Mi esposo tiene el sueño ligero, y cualquier sonido, por mínimo que sea, lo hace despertar.

Jack obedeció y, tras agradecer las atenciones de su nueva amiga, corrió hacia la puerta. No sin antes, tomó algunas monedas de oro que encontró a su paso. 

Pronto halló la punta de la planta mágica y comenzó a descender.

Al llegar a su casa, contó a su madre lo sucedido y le entregó las monedas.

—Hijo, estaba muy preocupada por ti —dijo abrazándolo—. Creí que habías escapado por el regaño de anoche.

—Nunca haría algo así, madre, pues sé que te causaría un gran dolor. 

Estuve triste por la pena que te ocasioné, pero ahora creo que con estas monedas podremos vivir un tiempo e incluso recuperar nuestra querida vaca.

—Supongo que sí, hijo —respondió feliz la mujer mientras lo abrazaba nuevamente.

Sin embargo, Jack no se conformó con lo que ya había conseguido y, otro día, volvió a trepar por la gran enredadera. 

Al llegar al castillo, tal como el día anterior, encontró a la giganta en la puerta.

—¡Buenos días, amable señora! —saludó el chico alegremente.

—¡Qué felicidad verte otra vez por acá! Pensé que, después del susto de ayer, no me visitarías más —sonrió la mujer—. 

Entra para que te invite algo de comer.

Jack, nuevamente, disfrutó del pan y el queso que le convidó su anfitriona. Sin embargo, también sintió de nuevo los pasos del ogro.

—¡Fa, fe, fi, fo, fu! ¡Aquí huele a niño! —dijo el ogro mientras su nariz se movía con curiosidad.

Sin perder la calma, la giganta escondió al chico en el horno y respondió:
—Ya te dije que hace mucho que no encontramos niños por estos lugares. 

Anda, prueba estas cinco reses que te cociné y el vino que conseguí para ti.

—Está bien, mujer, pero a mí nadie me quita de la cabeza que aquí huele a niño —insistió el ogro, olfateando el aire—. 

¿Acaso será que tengo tanto antojo de comer niños asados que hasta me los imagino?

—Seguramente así es —respondió la mujer—. Come antes de que se enfríe lo que guisé para ti.

Al terminar de comer, el ogro se sentó en un gran sillón para contar sus monedas y, como era su costumbre, pidió a su mujer:
—Tráeme mi gallina de los huevos de oro.

La giganta obedeció y llevó al ave hasta su esposo.

—Gallina, te ordeno que pongas un huevo —ordenó el ogro.

La gallina obedeció, aunque con mucho esfuerzo. Era evidente que cada vez estaba más enferma.

—¡Ja, ja, ja! Eso me agrada, que seas tan obediente —rió el ogro con satisfacción.

Luego, llamando a su mujer, añadió:
—Ahora tráeme mi arpa mágica.

Era un arpa de oro encantada, que por sí sola tocaba hermosas melodías. 

Al poco rato, el ogro se quedó dormido, arrullado por la música, y Jack aprovechó la oportunidad.

—Me llevaré la gallina de los huevos de oro —murmuró.

Con gran sigilo, el chico se acercó al sillón donde dormía el ogro, tomó al animal y rápidamente emprendió la carrera hacia la planta mágica que le servía de escalera para bajar a su casa. 

Al llegar, llamó a su madre.
—¡Madre, mira lo que he traído!

—Jack, ¿esa es la gallina de la que me hablaste ayer? ¿La que pone los huevos de oro?

—¡Sí! Se la quité al ogro. Sentí pena por ella porque está enferma, y él la hace trabajar a pesar de eso —explicó el chico mientras acariciaba al ave—. 

Estoy seguro de que si la curamos y la cuidamos, nos dará muchos huevos.

Desde ese momento, Jack y su madre atendieron a la gallina con esmero, y poco a poco esta recuperó su salud.

Pasó algún tiempo antes de que Jack decidiera subir otra vez por la planta mágica, pero finalmente se animó. 

Al llegar, nuevamente el ogro pidió a su mujer:
—Tráeme mi arpa mágica.

El arpa tocaba bellas, aunque tristes, melodías. 

Era evidente que también sufría teniendo como amo al malvado ogro. 

Cuando el gigante se quedó dormido, Jack salió del horno. Antes de abandonar el castillo, tomó el arpa mágica.

—¡Amo, amo! —gritó el arpa inesperadamente—.

 ¡Ayúdame, amo! 

¡Me roban!

Algo con lo que Jack no contaba era que, aunque el arpa no era feliz en ese lugar, sabía que pertenecía al ogro y lo alertó de inmediato.

—¡Por favor, no grites! 

—suplicó Jack al arpa—. 

¿No te das cuenta de que quiero rescatarte?

Sin embargo, el arpa no dejó de gritar, y al escuchar el escándalo, el ogro se despertó de muy mal humor.

—¿Qué es lo que pasa? —rugió.

Jack trataba de correr lo más rápido posible, pero el ogro lo descubrió y salió tras él. 

Por suerte para el chico, el gigante tropezó con una piedra al salir apresurado del castillo. 

Jack aprovechó el momento para trepar a la planta mágica y bajar con toda la velocidad que pudo.

El ogro, enfurecido, se levantó y también comenzó a descender por la planta. 

Jack sintió cómo todo el tallo se tambaleaba bajo el peso del gigante.

—¡Madre, madre! —gritaba el muchacho mientras seguía descendiendo—. 

¡Por favor, acércame el hacha, que el gigante me viene persiguiendo!

La madre de Jack, que estaba ajena a todo lo que estaba ocurriendo, escuchó los gritos de su hijo y salió de inmediato. 

Al ver que el ogro estaba a punto de alcanzarlo, corrió en busca del hacha. Jack, con un último salto, alcanzó el suelo y tomó el hacha que su madre le extendía.

Gracias a su experiencia cortando leña, Jack manejaba el hacha con gran habilidad. 

Con determinación y rapidez, comenzó a cortar el tallo de la planta mágica. En pocos instantes, logró derribar la enorme enredadera.

Cuando el tallo cayó, el gigante también se precipitó al suelo desde una gran altura. 

El impacto fue tan fuerte que se abrió un enorme y profundo hoyo donde el ogro quedó muerto.

Desde ese día, las visitas al castillo en las nubes terminaron. Jack y su madre vivieron felices, acompañados de su vaca, su gallina de los huevos de oro, y el arpa mágica, que aprendió a tocar música alegre para llenar sus días de felicidad.

FIN

⬇️ Escucha la historia aquí ⬇️

Resumen de la historia

Vocabulario

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